3.1.11

Gracias Casilda

Jennifer Davis
Quiero empezar este nuevo año con las palabras de una mujer que han marcado un antes y un después en mi visión de temas tan importantes para nosotras como el deseo materno, la sexualidad, la vivencia del parto y los estragos que ha ocasionado el patriarcado para el desarrollo pleno de la mujer. Este es solo el principio de un texto lúcido y demoledor titulado Sobre la violencia interiorizada en las mujeres y que podéis seguir leyendo aquí. Espero que os guste.


Entender la violencia interiorizada a lo largo de nuestra socialización patriarcal, significa tomar conciencia de la mujer que quedó perdida en los orígenes y que vive a la sombra de nuestra cultura. 
Estamos solamente empezando a darnos cuenta de las consecuencias de la desaparición del amor materno, del cuerpo a cuerpo con la madre, que reclamaba Luce Irigaray, así como las de la ausencia del orden simbólico de la verdadera madre que plantea Luisa Muraro. Creo que es necesario añadir a la ‘madre’ el adjetivo verdadera para oponerla a la madre impostora que es una función del padre (Victoria Sau). Porque esta madre patriarcal sí tiene un orden simbólico que actúa en nuestra sociedad conformando precisamente la impostura, la maternidad como función del padre; un orden simbólico en cuyo centro está la virgen María, esclava del Señor, que concibe por obra y gracia del Espíritu Santo, sexualmente aséptica, y que ofrece el sacrificio de su hijo al padre: nuestra señora de las Angustias, de los Dolores... en fin, la representación del papel de esposas sumisas, sexualmente pasivas, víctimas y sufridoras de nuestra civilización patriarcal. El orden simbólico de esta falsa madre existe y es muy poderoso. En cambio, la verdadera madre no tiene representación simbólica, ni referentes culturales (salvo si nos remontamos a la matrística, a algunas civilizaciones neolíticas).

Nuestra socialización en el Patriarcado es una adaptación a un orden sexual que desvaloriza, desprecia y niega nuestros cuerpos, así como nuestra forma específica de existencia; se trata de una prohibición sistemática de todo un desarrollo libidinal y sexual de la mujer, de toda una vida, que quedaría fuera del radio de acción del falocentrismo, en torno al cual está construido este orden sexual. Recuperar nuestros cuerpos y nuestra sexualidad es una tarea de enorme envergadura y de enorme urgencia.

Casilda Rodrigáñez

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Chloe Poizat